lunes, 29 de septiembre de 2008

Ausencia de Amor


Cómo será pregunto.
Cómo será tocarte a mi costado.
Ando de loco por el aire
que ando que no ando.

Cómo será acostarme
en tu país de pechos tan lejano.
Ando de pobre cristo a tu recuerdo
clavado, reclavado.

Será ya como sea.
Tal vez me estalle el cuerpo todo lo que he esperado.
Me comerás entonces dulcemente
pedazo por pedazo.

Seré lo que debiera.
Tu pie. Tu mano.
[Juan Gelman]

La secreta dulzura del dolor

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la secreta dulzura del dolor
es transparencia/sale
de la furiosa resignación del sueño/
suena en la boca del perdido
en su origen/en su


rumor de existencia que
le clava la cabeza al gran espanto/
al doble andar/al doble hilo/a la


no verdad del estar como no estar/
el vuelo torpe que los cría/
lo que rompe la luz/memoria




confusa por sus números/
pecho que dura como huella/
la nada que te ama/
[Juan Gelman]

viernes, 26 de septiembre de 2008

jueves, 18 de septiembre de 2008

domingo, 7 de septiembre de 2008

Mi perro Polaco



No temas mi señor: estoy alerta
Mientras tú de la tierra te desligas
Y, con el sueño tu dolor mitigas,
Dejando el alma a la esperanza abierta.

Vendrá la aurora y te diré: “despierta,

Huyeron ya las sombras enemigas.
Soy compañero fiel de tus fatigas
Y celoso guardián junto a tu puerta.

Te avisaré del rondador nocturno,
Del amigo traidor, del lobo fiero
Que siempre anhelan encontrarte inerme.

Y si llega con paso taciturno
La muerte, con mi aullido lastimero
También te avisaré... ¡descansa y duerme!

Manuel José Otón
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miércoles, 3 de septiembre de 2008

A mano Amada (Ángel González)

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A mano amada,
cuando la noche impone su costumbre de insomnio
y convierte
cada minuto en el aniversario
de todos los sucesos de una vida;


allí,
en la esquina más negra del desamparo, donde
el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras,
los recuerdos me asaltan.
Unos empuñan tu mirada verde,
Otros
apoyan en mi espalda
el alma blanca de un lejano sueño,
y con voz inaudible,
con implacables labios silenciosos,
¡el olvido o la vida!,
me reclaman.

Reconozco los rostros.
No hurto el cuerpo.

Cierro los ojos para ver
y siento
que me apuñalan fría,
justamente,
con ese hierro viejo:
la memoria.